Cupertino era un “canero”, que pasó gran parte de su vida en la cárcel. Hasta el crimen del niño Víctor Zamorano Jones, no había asesinado a nadie, era un ladrón de casas -conocidos en el mundo del hampa como “domésticos”, “monrreros” o “gatos”-, a los 9 años fue detenido por primera vez. Era un delincuente de los tantos que van y vienen de la cárcel, hasta esa noche del 30 de diciembre de 1992, cuando violó y asesinó a un niño de 9 años durante el robo a un “chalet” en el sector Lo Curro de Vitacura, aprovechando que estaba con el beneficio de la libertad dominical. Antes de huir de la casa, robó una radio y unas zapatillas que el doctor Zamorano le había traído a su hijo de un viaje al extranjero, además de unos pantalones para cambiarse ropa. El espeluznante caso causó impacto, especialmente luego que la jueza Lucía Vaganay ordenara la detención del hermano mayor de Víctor, quien fue el primero que encontró el cadáver del niño.
Tras pasar tres días detenido, peritajes de ADN que realizó la Policía de Investigaciones lograron descartar que alguno de los integrantes de la familia hubiera tenido relación con el homicidio. Y cuando parecía que el caso entraba en un callejón sin salida, un dato surgió desde Copiapó, donde sus propios compañeros de delitos supuestamente al saber que Andaur se estaba “jactando” de su fechoría, lo delataron a la policía, posiblemente debido a que en los códigos carcelarios es muy rechazado un crimen de estas características. La policía entonces montó vigilancia al sospechoso logrando su detención. Pero, además, la policía realizó allanamientos encontrando en la pieza de su hijo la radio y las zapatillas robadas de la casa en Lo Curro.
En primera instancia la jueza del 23º Juzgado del Crimen Lucía Vaganay condenó en 1996 a Andaur a la pena de presidio perpetuo por el robo de especies cometido con el homicidio del menor, y a la pena de 20 años de presidio mayor en su grado máximo, por el delito de sodomía calificada.
Pero la familia recurrió a la Corte de Apelaciones, que resolvió condenarlo al pelotón de fusilamiento en mayo de ese año, resolución que fue ratificada por la Corte Suprema. Fue uno de los últimos condenados a muerte en Chile. La situación levantó una dura polémica en torno al castigo, que había sido aplicado por última vez en el caso de los carabineros Jorge Sagredo Pizarro y Carlos Topp Collins, quienes fueron bautizados como los “psicópatas de Viña”, tras cometer 10 asesinatos y cuatro violaciones. Organismos de Derechos Humanos, como Amnistía Internacional, hicieron fervientes llamados para que se le conmutara su drástica sanción, tal como lo revela un documento del 16 julio de 1996.
Finalmente, el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle decidió perdonarle la vida.
“En mi condición de jefe de Estado, me corresponde ejercer un deber constitucional ineludible, debo decidir sobre la vida o muerte de un hombre condenado por haber cometido un asesinato atroz”, dijo en esa oportunidad el mandatario.
“Es una decisión compleja y difícil para un hombre solo. Para cumplir este deber he considerado a conciencia los antecedentes y asumiendo la responsabilidad que la constitución me impone, he decidido conmutar la pena de muerte del condenado por la de presidio perpetuo. Las consecuencias de su terrible acción le acompañarán de por vida en su encierro”, agregó Frei.
“En este acto asumo y me hago cargo del dolor de la familia Zamorano Jones. No puedo creer que para defender la vida y castigar al que mata, el Estado deba a su vez matar. La pena de muerte es tan inhumana, como el crimen que la motiva. Sólo Dios da la vida, sólo Dios puede quitarla”, concluyó el Jefe de Estado.
El padre de la pequeña víctima, Víctor Zamorano, cuestionó duramente la decisión del presidente Frei.
“Yo creo que por eso un presidente tiene que tener coraje para hacer cumplir la ley. Evidentemente no hizo cumplir la ley y nuestra ley indica que en las situaciones gravísimas como el caso de asesinato de un niño con violación, implica que se merece una pena, la pena que vieron 8 de 9 jueces que estudiaron el caso por mucho tiempo”, fustigó.
Desde el Poder Judicial, en tanto, el entonces presidente de la Corte Suprema, Servando Jordán, sostuvo que el indulto no era materia de discusión, ya que el Presidente por ley contaba con esa facultad. Sin embargo, reiteró que en este caso la pena de muerte estaba bien aplicada.
“El Presidente resolvió de acuerdo a sus facultades, nosotros resolvimos de acuerdo con lo que nos autoriza la ley, así que cada uno ha hecho sus posiciones”, indicó.
Actualmente en nuestro país ya no rige la pena de muerte. La máxima penalidad que señala nuestro Código Penal es el presidio perpetuo calificado, es decir, que una vez cumplidos 40 años en prisión, recién ahí el condenado puede optar a la libertad condicional.
Esto no significa que cumpliendo ese tiempo el “perpetuo” vaya a salir en libertad, sino que se le abre la opción a postular al beneficio.
De ahí en adelante, el caso quedará en manos de Gendarmería o la Corte de Apelaciones, instituciones que definen a quién dar la libertad condicional, y que necesariamente pasa por estudios e informes que apunten a la reinserción, redes de apoyo y la conciencia del delito cometido.
Pero además, Chile suscribió en 1969 la Convención Americana de Derechos Humanos -o denominado Pacto de San José-, bajo cuyas cláusulas no puede restablecerse la pena capital una vez que esta haya sido abolida, tal como ocurrió en 2001 durante el gobierno de Ricardo Lagos Escobar.
¿Qué pasó con Andaur?
La vida de Cupertino en la cárcel no fue fácil en un comienzo en la ex Penitenciaría, donde se hizo un asiduo lector de libros. Para evitar ser agredido, les lavaba la ropa a narcotraficantes. Luego de ser trasladado a Colina I, llegó incluso a convertirse en el bibliotecario del recinto penal. No obstante, finalmente se dedicó al negocio del lavado de ropa logrando montar un pequeño negocio al interior de la cárcel. Al menos en tres oportunidades pidió el beneficio de la libertad dominical, una en 2013 y dos en 2014, pero debido al informe psicosocial que elaboró el Consejo Técnico de Gendarmería, se le denegó su solicitud. No tenía arraigo social, su único vínculo que mantuvo con su familia fue con su hermana, insuficiente para los estándares penitenciarios que exigen un círculo familiar que le permitan reinsertarse en la sociedad. En un reportaje del periodista Fernando Reyes para el programa En la mira de Chilevisión, Cupertino confesó su crimen, al que atribuyó al consumo de cocaína.
“Considero que la condena fue excesiva, porque no era para condenarme a muerte. Hay casos mucho más graves, y a las personas no se le condena a muerte”, señaló.
“Yo no lo hice por maldad, no lo hice porque soy un sicópata como se me pintó. Yo lo hice simplemente porque perdí el control de mis acciones”, agregó.
“A veces digo mejor que me hubiesen matado, cuando estaba condenado a muerte estaba conforme. Así íntimamente, quería que me fusilaran, no quería vivir, no quería, incluso le dije a mi abogado Julio Disi que no apelara, yo no quería apelar, porque era tan grande el peso que tenía, tan grande el dolor que sentía, por la gente, por los padres, por mi familia, mis hijos, que le causé dolor a tanta gente… entonces, la verdad es que quería morir”, relató Andaur.
“Es un hecho que nunca lo voy a poder reparar, creo que la cárcel que tenga que hacer es poco porque quitarle la vida a un niño no tiene precio”, concluyó.
Nota extraída de https://www.portalnet.cl/temas/cupertino-andaur-el-asesino-que-termino-como-lavandero-en-la-carcel-tras-zafar-la-pena-de-muerte.1489477/