Estallido social en Cuba: hambre de pan y libertad

Que Díaz Canel llame «enemigos» al pueblo disgustado que inundó las calles de Cuba, convocando al enfrentamiento entre cubanos, prueba el falso humanismo de ese gobierno, opina el periodista y escritor Amir Valle.

Cientos de miles de cubanos en las calles de Cuba, en todas las provincias, exigiendo al gobierno solución a sus problemas, con gritos de «Patria y Vida”, «Queremos vivir”, «Tenemos hambre”, pero también «Libertad, Libertad” y «Abajo la dictadura”, es algo tan grave como inédito en más de seis décadas. El gobierno, empecinado en un atrincheramiento ideológico que no prioriza el bienestar del pueblo, se confió en que los históricos mecanismos de represión y creación del miedo en la población de la isla, apoyados por la cotidiana propaganda revolucionaria, impedirían este estallido social antigubernamental que es normal en muchos otros países de la región, como suele verse en los noticieros de la televisión cubana cada día. Pero aunque el gobierno se negara a reconocerlo, crecía el descontento debido a la hambruna que asola al país, al fracaso de la reestructuración económica llamada «Ordenamiento”, a las largas horas sin electricidad en las casas, a los días (y en algunos casos, semanas) sin agua potable, y a la pésima gestión de la pandemia, que alcanza actualmente cifras de más de 3 mil contagiados cada día, hospitales colapsados y la imposibilidad incluso de enterrar a los muertos. El gobierno recibió, literalmente, una galleta (bofetada) sin mano en este sentido, porque hace unos meses, la televisión cubana se jactaba anunciando que Cuba era inmune a la horrible situación que atravesaron los hermanos latinoamericanos de Ecuador, Perú, Brasil y otras naciones del área. Pero ni siquiera sirvió echar mano al mito de la potencia médica mundial, en una fortísima propaganda que pregonaba a los cuatro vientos, entre otras cosas, que la Revolución había logrado convertir a Cuba en una nación pequeña y bloqueada por el mayor imperio del mundo, pero con un sistema de salud sólido y capaz de producir cinco vacunas, y de tener uno de los más bajos índices de contagio en América y el mundo.

El pueblo no es el enemigo
El presidente Díaz Canel ha demostrado su incapacidad al frente del país. No puede negarse que en este río revuelto que es ahora mismo Cuba, muchos intereses ideológicos sucios pretenden sacar provecho. Tanto dentro como fuera de la isla, algunas voces se alzan pidiendo «intervención humanitaria”; otros, preocupados por lo que significa en la práctica una intervención, han pedido a los organismos internacionales «una ayuda humanitaria”. El gobierno cubano, por cierto, negó esta necesidad de ayuda y varios voceros llegaron incluso a burlarse en programas estelares de la televisión de estos justos reclamos de asistencia humanitaria. Algunos, desde los extremos, han llegado incluso a pedir la intervención militar de Estados Unidos. Son, todas, posiciones lógicas, pues hay de todo en esa Viña del Señor que es hoy Cuba y su diáspora. Pero lo inimaginable es que el presidente de una nación que se pregona al mundo como «país humanista”, «modelo de defensa de los pobres”, comparezca en todos los medios de prensa del país diciéndole a esa parte del pueblo que apoya al gobierno que salga a la calle, pues para arrebatarles «la Revolución” tendrán que pasar por encima de los cadáveres de los «revolucionarios” llamados a enfrentarse a los «contrarrevolucionarios”, mientras las calles de La Habana y otras provincias comienzan a ser patrulladas por fuerzas de élite de la policía nacional, el ejército y las tropas especiales antidisturbios.

Uno de los intelectuales cubanos más lúcidos, Julio Cesar Guanche, defensor de la Revolución, ha llegado incluso a escribir lo siguiente: «En Cuba solo tiene armas el ejército y la policía. Un pueblo convocado por el Estado, y apoyado por todas sus instituciones, incluidas las militares, no es el pueblo combatiendo la contrarrevolución. Es una parte del pueblo apoyado por el estado combatiendo juntos una protesta social que tiene larga incubación, causas conocidas, demandas perentorias, urgencias muy claras y necesidades profundas… Ahora solo cabe preguntarnos cómo amaneceremos mañana. Sí sabemos que hay certezas y deberes de la «defensa de la revolución”: el pueblo es una construcción plural y nunca es el enemigo, y la promesa de 1959 fue «Libertad con pan, y pan sin terror”.

Los malos aires de una guerra civil

El llamado a la violencia ciudadana de Díaz Canel viola esa promesa de «Libertad con pan, y pan sin terror” y no es el único detalle grave en este asunto. Quienes conocen la historia cubana saben el daño humano e histórico que significó que, a inicios de la Revolución, precisamente para defenderse de la oposición organizada, mediante la Ley 988 se sustituyó la figura de prisión y cadena perpetua por la pena de muerte para todo aquel que se enfrentara al nuevo gobierno de Fidel Castro. La ley concedía a ese gobierno el monopolio de la decisión de quién era contrarrevolucionario. Justo lo que reafirma ahora Díaz Canel, en referencia a esos cientos de miles de cubanos hambrientos y desilusionados que osaron salir a protestar ante décadas de mala gestión económica y promesas incumplidas. Las palabras del presidente, apelando al odio y a la división, en primer lugar, parten ahora mismo al país en dos bloques ideológicos totalmente antagónicos y deja un claro mensaje: «todo el que proteste le hace el juego al enemigo”. Pero también autoriza la represión, pues libera las manos de un amplio sector militar del gobierno que lleva tiempo pidiendo acciones duras contra el libertinaje que ha ido creciendo en la población desde que Barack Obama levantó las restricciones, dijo que Estados Unidos no era «el enemigo”, e intentó propiciar un diálogo nacional de apertura que el gobierno cubano desechó, sin cambiar nada de su tradicional postura de trinchera ideológica. El discurso oficial intenta defenderse con acusaciones tan burdas como irresponsables históricamente: una vez más el culpable del descontento popular es Estados Unidos y el bloqueo o embargo económico, la Agencia Central de Inteligencia, la mafia anticubana de Miami…, una falta absoluta de la honestidad política, el aplomo, la mesura y la coherencia que debe tener un verdadero presidente. Lo más peligroso es que, viniendo de alguien que representa las fuerzas oscuras que detentan el poder real en Cuba, todo apunta a que se avecinan tiempos muy negros, difíciles y convulsos para la isla.

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