Catalina Maluk Abusleme, Directora, Escuela de Economía y Negocios UCEN.
Hace más de dos años, se hablaba insistentemente de las lecciones que nos dejaría la pandemia en diferentes aspectos. Por ejemplo, la revalorización del comercio local, la capacidad para adaptarnos a escenarios cambiantes, el desarrollo del emprendimiento, una mejor gestión del tiempo y la reconfiguración del empleo a la luz del teletrabajo.
Sobre este último punto, hay un interesante dato que arrojó un estudio llevado a cabo por Cadem y la empresa Defontana, que revela que el 60% de los trabajadores desearía volver a la modalidad de teletrabajo o, al menos, a trabajar de manera híbrida.
Se trata del “Estudio de Compromiso Laboral en Chile” que revela, entre otros temas, que el sueldo sigue liderando las motivaciones para cambiarse de trabajo, pues un 52% de los encuestados así lo reconoció; y que el 72% percibe la situación del empleo en el país como mala o muy mala. No obstante aparecen datos más reveladores. Por ejemplo, el 62% considera la felicidad como un factor importante a la hora de cambiarse de trabajo, a un 44% le interesan los beneficios que otorgue la empresa, mientras la proyección laboral es valorada por el 43% de los trabajadores consultados. Cuando en el país ya está instalada la discusión sobre la rebaja de la jornada laboral a 40 horas semanales, vale la pena detenerse en estos datos que muestran una tendencia a valorar ciertos aspectos más inmateriales, en los cuales disponer de más tiempo propio y la realización profesional cobran mucha relevancia. Tampoco es casual que una gran mayoría prefiera teletrabajar. Todo apunta a un clima de transformación laboral para el cual debemos estar preparados desde múltiples ámbitos: legales, tecnológicos, económicos, de productividad… En síntesis, el cambio es cultural y sabemos que la velocidad de esas transformaciones suelen ser más lentas. Pero el desafío no es la velocidad, sino la integralidad de factores que de verdad apunten a la dignidad que implica trabajar para vivir.